M. Guisasola
Las prisas y los nervios están detrás de la grasa abdominal, incluso en personas delgadas. El culpable es el cortisol, conocido como “la hormona del estrés”. Está demostrado que regímenes bajos en calorías aumentan los niveles de cortisol.
Un atasco en la carretera, una factura inesperada, la lavadora que se estropea en mitad del lavado, una discusión en la oficina, las compras navideñas de última hora, una dieta restrictiva... y tu organismo reacciona liberando una cascada de las llamadas “hormonas del estrés”, entre ellas el cortisol, la adrenalina o la epinefrina. Estas poderosas hormonas envían señales a diferentes partes del cuerpo y las preparan para la acción.
En una situación estresante, el hígado libera glucosa para suministrar energía a las células musculares, el corazón late más rápido, los músculos intestinales se contraen, los pulmones se expanden y la presión arterial aumenta para hacer llegar más sangre oxigenada a todo el organismo. Esa respuesta al estrés no tiene mayores consecuencias si se da en situaciones puntuales, pero puede ser peligrosa si se prolonga en el tiempo, en lo que hoy conocemos como estrés crónico.
El dr. Redford Williams, especialista del centro médico de la Universidad de Duke (EE.UU.), y uno de los mayores expertos del mundo en estrés, advierte que numerosos trastornos como hipertensión, reflujo gastroesofágico, estreñimiento, síndrome de colon irritable, depresión, ansiedad, problemas de memoria, fatiga crónica, problemas tiroideos... están asociados a niveles de cortisol crónicamente altos.
Riesgos asociados.
Por si esto fuera poco, ahora sabemos que el estrés crónico también nos hace engordar. ¿Explicación? La hormona cortisol no es sólo un potente estimulante del apetito, además en altos niveles estimula a las células que rodean a los órganos viscerales para que acumulen más grasa. La consecuencia es lo que se conoce como “grasa abdominal” (asociada al “tipo manzana”), que numerosos estudios relacionan con un mayor riesgo de enfermedad cardiaca, diabetes, síndrome metabólico...
Pero, además, una dieta restrictiva también puede ser fuente de estrés. Varios estudios indican que las personas que se someten a dietas bajas en calorías sufren un incremento en sus niveles de cortisol. Eso explica por qué las mujeres que se han pasado la vida haciendo régimen acaban teniendo peligrosos “tipos manzana” en vez de saludables “tipos pera” (con la cintura bien marcada). Pero los efectos perniciosos del estrés no sólo se ven en el peso. Niveles crónicamente altos de cortisol afectan también al sistema que debería preservar nuestra salud: el inmunitario.
Cuando el organismo está liberando continuamente cortisol (como ocurre en las personas que padecen estrés crónico), el sistema inmunitario es atacado constantemente, aumentando así el riesgo de enfermedades. Entonces, ¿estamos abocados a una existencia “inflamatoria” y peligrosa? Para nada. Introducir cambios en nuestro día a día nos ayudará a controlar el estrés y a mantener a raya los niveles de cortisol. Éstos que proponemos pueden ayudarte.
Aliméntate bien.
Olvídate de las calorías y márcate un nuevo objetivo: adoptar definitivamente una dieta sana y equilibrada. Eso incluye comer cuando tengas hambre de verdad y parar cuando te sientas satisfecha (no llena). Si no estás segura de saber reconocer las señales de hambre, intenta seguir un programa que incluya siempre desayuno, comida y cena (además de un par de tentempiés si son necesarios) y no te saltes ninguna comida. Una dieta sana incluye verduras y frutas, cantidades suficientes de proteínas (carne magra, pescado, huevos...) e hidratos de carbono ricos en fibra (legumbres y cereales integrales) y el mínimo posible de azúcares, grasas saturadas y trans.
Muévete todos los días.
Si quieres reducir tus niveles de estrés, camina, monta en bici, baila, corre, juega al tenis, haz aeróbic... La actividad física no sólo es un fantástico reductor de estrés, sino que sus efectos son casi instantáneos. Dos o tres sesiones de 10 o 15 minutos cada una suman sus efectos al final del día.
Mírate en positivo.
Acéptate tal y como eres, independientemente de que creas que tienes que perder peso o ponerte en forma. “Las ideas negativas que tenemos sobre nosotros mismos tienen una increíble capacidad para hacernos abandonar nuestros planes; aceptarnos tal como somos nos ayuda a eliminar ese enemigo interior que nos incapacita”, asegura el dr. Williams.
Concédete tiempo.
Ya sea una escapada de fin de semana o un paseo con una amiga, los momentos de ocio son esenciales para una buena salud física y mental. Para introducir momentos personales en tu vida, empieza por escribir una lista de actividades que realmente te gustan e intenta encontrar tiempo para realizarlas. Aquí tienes algunas ideas: darte un masaje, comprar flores, escuchar música relajante, leer...
Las prisas y los nervios están detrás de la grasa abdominal, incluso en personas delgadas. El culpable es el cortisol, conocido como “la hormona del estrés”. Está demostrado que regímenes bajos en calorías aumentan los niveles de cortisol.
Un atasco en la carretera, una factura inesperada, la lavadora que se estropea en mitad del lavado, una discusión en la oficina, las compras navideñas de última hora, una dieta restrictiva... y tu organismo reacciona liberando una cascada de las llamadas “hormonas del estrés”, entre ellas el cortisol, la adrenalina o la epinefrina. Estas poderosas hormonas envían señales a diferentes partes del cuerpo y las preparan para la acción.
En una situación estresante, el hígado libera glucosa para suministrar energía a las células musculares, el corazón late más rápido, los músculos intestinales se contraen, los pulmones se expanden y la presión arterial aumenta para hacer llegar más sangre oxigenada a todo el organismo. Esa respuesta al estrés no tiene mayores consecuencias si se da en situaciones puntuales, pero puede ser peligrosa si se prolonga en el tiempo, en lo que hoy conocemos como estrés crónico.
El dr. Redford Williams, especialista del centro médico de la Universidad de Duke (EE.UU.), y uno de los mayores expertos del mundo en estrés, advierte que numerosos trastornos como hipertensión, reflujo gastroesofágico, estreñimiento, síndrome de colon irritable, depresión, ansiedad, problemas de memoria, fatiga crónica, problemas tiroideos... están asociados a niveles de cortisol crónicamente altos.
Riesgos asociados.
Por si esto fuera poco, ahora sabemos que el estrés crónico también nos hace engordar. ¿Explicación? La hormona cortisol no es sólo un potente estimulante del apetito, además en altos niveles estimula a las células que rodean a los órganos viscerales para que acumulen más grasa. La consecuencia es lo que se conoce como “grasa abdominal” (asociada al “tipo manzana”), que numerosos estudios relacionan con un mayor riesgo de enfermedad cardiaca, diabetes, síndrome metabólico...
Pero, además, una dieta restrictiva también puede ser fuente de estrés. Varios estudios indican que las personas que se someten a dietas bajas en calorías sufren un incremento en sus niveles de cortisol. Eso explica por qué las mujeres que se han pasado la vida haciendo régimen acaban teniendo peligrosos “tipos manzana” en vez de saludables “tipos pera” (con la cintura bien marcada). Pero los efectos perniciosos del estrés no sólo se ven en el peso. Niveles crónicamente altos de cortisol afectan también al sistema que debería preservar nuestra salud: el inmunitario.
Cuando el organismo está liberando continuamente cortisol (como ocurre en las personas que padecen estrés crónico), el sistema inmunitario es atacado constantemente, aumentando así el riesgo de enfermedades. Entonces, ¿estamos abocados a una existencia “inflamatoria” y peligrosa? Para nada. Introducir cambios en nuestro día a día nos ayudará a controlar el estrés y a mantener a raya los niveles de cortisol. Éstos que proponemos pueden ayudarte.
Aliméntate bien.
Olvídate de las calorías y márcate un nuevo objetivo: adoptar definitivamente una dieta sana y equilibrada. Eso incluye comer cuando tengas hambre de verdad y parar cuando te sientas satisfecha (no llena). Si no estás segura de saber reconocer las señales de hambre, intenta seguir un programa que incluya siempre desayuno, comida y cena (además de un par de tentempiés si son necesarios) y no te saltes ninguna comida. Una dieta sana incluye verduras y frutas, cantidades suficientes de proteínas (carne magra, pescado, huevos...) e hidratos de carbono ricos en fibra (legumbres y cereales integrales) y el mínimo posible de azúcares, grasas saturadas y trans.
Muévete todos los días.
Si quieres reducir tus niveles de estrés, camina, monta en bici, baila, corre, juega al tenis, haz aeróbic... La actividad física no sólo es un fantástico reductor de estrés, sino que sus efectos son casi instantáneos. Dos o tres sesiones de 10 o 15 minutos cada una suman sus efectos al final del día.
Mírate en positivo.
Acéptate tal y como eres, independientemente de que creas que tienes que perder peso o ponerte en forma. “Las ideas negativas que tenemos sobre nosotros mismos tienen una increíble capacidad para hacernos abandonar nuestros planes; aceptarnos tal como somos nos ayuda a eliminar ese enemigo interior que nos incapacita”, asegura el dr. Williams.
Concédete tiempo.
Ya sea una escapada de fin de semana o un paseo con una amiga, los momentos de ocio son esenciales para una buena salud física y mental. Para introducir momentos personales en tu vida, empieza por escribir una lista de actividades que realmente te gustan e intenta encontrar tiempo para realizarlas. Aquí tienes algunas ideas: darte un masaje, comprar flores, escuchar música relajante, leer...
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