miércoles, 5 de agosto de 2009

SOBRE LA HUMANA GRANDEZA

Por J. A. Peña Lebrón
Tal vez resulte ingenuo el hablar de la grandeza humana en esta época de corrupción rampante y mezquindades a granel. Pero como los mortales no podemos vivir sin una alta dosis de ilusiones y fantasías, como la prueba la abrumadora fanaticada de las telenovelas vespertinas, es permisible que nos sumemos a la práctica en boga, de repartir sueños como contrapartida al cúmulo de adversidad que nos asedia cada día.
Esa seducción que sobre nuestras mentes ejerce el mundo de lo irreal se hace patente, más que en cualquier otro lugar, en el escenario de la actividad política, el cual brinda a quienes de él se sirven con histrionismo consumado, la oportunidad de despertar en la gente común esperanzas de un bienestar y una felicidad que nunca acaban de llegar.
De igual modo en el campo espiritual solemos dedicarnos a crear mundos imaginarios que nos permiten sentirnos héroes de portentosas hazañas, y a veces simulamos ser devotos de determinadas deidades a quienes decimos adorar, en tanto nuestros actos proclaman con grosera elocuencia todo lo contrario.
Estas reflexiones, cargadas de pesimismo, surgen al contemplar las actividades diversas que desde hace algunos días se vienen celebrando en el país y el exterior, para conmemorar el primer centenario del nacimiento del profesor Juan Bosch, personaje de singular y extraordinario relieve en la vida intelectual y política de la República Dominicana. Estas actividades tienen a resaltar las diversas facetas de la personalidad del homenajeado, mostrándola como modelo a seguir por nuestras generaciones presentes y venideras.
Estos fervores entusiastas de hoy contrastan grandemente con los insultos, agravios, calumnias y agresiones de toda índole que el profesor Bosch recibiera a lo largo de su carrera política, a consecuencia de los intereses eventualmente afectados por sus criterios en torno a la vida económica, política y social en nuestro país, y que originaron transgresiones gravísima al orden institucional, como lo fue el funesto golpe de estado del mes de septiembre del año 1963.
Al examinar este contraste comprobamos cuán mudables pueden ser las opiniones de los hombres, cuando las circunstancias cambian; y también comprobamos con amargura cómo la doctrina y los principios proclamados por el profesor Bosch, cimentados en su incuestionada honestidad y en su afán por educar y mejorar la condición de vida de nuestro pueblo humilde, han sido desfigurados por la caudalosa muchedumbre de sus seguidores, con unas pocas excepciones, tal vez para hacer valedero una vez más el dicho bíblico de que muchos son los llamados y poco los escogidos.
A pesar de todas estas decepcionantes realidades, creamos que la vida y la obra de Juan Bosch no necesitan de aceites cosméticos para brillar en el futuro. Porque ellas están sustentadas por la roca firme de su brillante quehacer intelectual, su personal decoro, su desprendimiento material y el amor a su pueblo. Y esa grandeza humana lo hace indemne a todo insulto de de sus enemigos o a los vacuos despliegues verbales de quienes han olvidado su doctrina.

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