¿Hacia dónde vamos?
Por J. A. Peña Lebrón
El desamparo, la miseria y la desolación que hicieron palpables a los ojos del mundo las lluvias traídas por el huracán Irene, en la parte dl país, debería llenar de vergüenza a quienes se ufanan constantemente del crecimiento global de la economía dominicana, del cual dan testimonio las orgullosas torres que se elevan en la parte oeste de la ciudad de Santo Domingo, mientras a orillas del río Ozama y en los barrios de Haina y San Cristóbal las aguas de los ríos desbordados llena de lodo y desesperanza las chozas de cartón, de hojas de lata y trozos de madera podrida que albergaban a niños desnudos, ancianos desvalidos y mujeres en estado de gestación con los ojos llenos de lágrimas.
Esas chozas precarias recostadas de los bordes de cañadas y ríos, proclaman a los cuatro vientos cuan grave injusticia se comete al construir obras de dudosa prioridad y elevadísimo costo, en desmedro de la posibilidad de poner en marcha un plan racional de viviendas económicas para las capas más humildes del pueblo dominicano; y cómo se desdeña al mismo tiempo el invertir los recursos imprescindibles para proteger la salud y el bienestar físico de ese mismo pueblo; y los requeridos para fortalecer y hacer eficiente el sistema educativo nacional, de modo que en las escuelas, liceos y establecimientos de enseñanzas superior sean los jóvenes dotados de los conocimientos suficientes para ejercer un trabajo decoroso y así dar frente a la satisfacción de sus necesidades.
A uso irrazonable del gasto público se une el incorregible dispendio y disipación con que a la vista de todo el mundo se dilapidan sin el menor rubor (y sin el temor a sanción alguna de parte de la ley, la autoridad y los tribunales), los bienes del erario en un festín interminable de enriquecimiento ilícito, y haciendo galas de un consumismo ostentoso irritante, el que tarde o temprano deberá ser debidamente recompensado.
En uno pocos meses tendremos los dominicanos la oportunidad de elegir a nuevos Presidente y vicepresidente para gobernar nuestra nación. Como era de eso erarse, ya para los días que corren muchos de los candidatos para tales funciones han comenzado a hacer promesas, en cuanto al modo en que ejercerán esa magistratura en caso de ser favorecidos por voto mayoritario del pueblo. Y como era de esperarse, al igual que ha ocurrido en contiendas electorales precedentes, el pueblo se ilusiona, confiando ingenuamente en el fiel cumplimiento de esas promesas.
La experiencia adquirida en otros torneos nos invita a ser cautelosos cuando de materia política se trata, y a no dejarnos llenar el mate de infelices ilusiones, como diría el tango. Pues como se ha visto una y otra vez, no es lo mismo el prometer que el cumplir. Pero de todos modos es preciso votar por uno u otro, para someternos al dictado de la ley, pues aunque como dijera Rubén Darío no sabemos adónde vamos ni de dónde venimos, es justo y necesario darle una oportunidad a la Esperanza.
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