Por J.
A. Peña
Lebrón
En un
mundo abrumado por los horrores del
terrorismo, y por los conflictos
políticos y los reclamos económicos y
sociales, el Papa Francisco abandonó
el plácido refugio de su Despacho para cruzar el Atlántico en una nueva
misión evangelizadora, trayendo a Cuba y los Estados Unidos de América, en los
días finales de septiembre de 2015, un cálido mensaje de paz, de fe, de amor y
de Esperanza.
Esta
visita del Vicario de Cristo, que algunos juzgan como una continuación de la gestión
papal que contribuyó al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba
y la potencia del Norte, despertó la atención de nuestro continente, donde se
observó con admiración, la forma clara y serena y al mismo tiempo cuidadosa con
que el Pontífice Romano abordó ante ambos pueblos y gobiernos asuntos de
relevante interés para la convivencia humana, a través de mensajes que fueron
escuchados con respeto por los altos dirigentes políticos de los países
visitados y por sus comunidades.
Como cabeza
visible de la Iglesia Católica Romana, y en su calidad de Jefe de Estado, que
aunque carente de poderlo militar
ostenta una considerable influencia
moral en todo el orbe, el Papa Francisco pudo muy bien dirigirse a las
multitudes que escuchaban sus palabras en reflexiones de alto bordo político que arrojaran luz en los tiempos turbios en
que estamos viviendo. En lugar de ello el
Pontífice, antes que hacer ostentación de elocuencia o sabiduría teológica, prefirió
tratar con palabras sencillas que llegaban al corazón de sus oyentes, los
asuntos que hoy preocupan a los seres humanos comunes, tal como los hizo en
Cuba, al reclamar a pueblo y gobierno a no resistirse a los cambios, y de servir a los demás como forma de convertir en obras
palpables el mandato de amar al prójimo como a sí mismo.
En los
Estados Unidos de América, aunque el escenario varió un poco, por las características
de aquella poderosa nación, el Papa
Francisco planteó ante sus más altas autoridades y representantes de los
poderes públicos, temas de tan elevada significación como el respeto de la vida
humana, en sus diversos niveles; así como el de la consideración que deben merecer las diversas etnias de inmigrantes que
tanto han aportado a la consolidación vigorosa de esa pujante nación. Estos temas de tanta jerarquía no
impidieron al Papa Francisco elevar su
voz para pedir la protección de la familia, del medio ambiente y de los sectores
más humildes de la población; y tampoco le faltó tiempo para visitar, como lo
hizo, a un grupo de presos que cumplen condena como castigo por las
infracciones a las leyes cometidas por ellos, a quienes llevó aliento y consuelo en su adversidad, en
cordial cumplimiento de una de las obras de misericordia.
Las
consecuencias políticas que en el futuro tendrá el reciente viaje papal a
nuestro continente, serán percibidas en días
no muy lejanos por quienes siguen de cerca el acontecer mundial; pero es
indudable, aun para el más inexperto observador, que la doctrina de Cristo, en
la voz de su apóstol el Papa Francisco, humilde y sencilla, llegó para llenar
los corazones con el divino aliento de la paz, del amor y
la esperanza.
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