Ellas son conocidas como las
mujeres mulas. Todos los días llevan sobre sus espaldas pesadas cargas
entre la frontera de España y Marruecos en el norte de África.
Melilla es un importante punto de entrada de
mercancía y si las mujeres pueden llevarlas sin ningún tipo de ayuda,
entonces no pagan impuestos.
Muy temprano una polvareda rodea la
valla de seis metros que separa a Melilla de Marruecos debido a la
frenética actividad de quienes preparan las mercancías para cruzar la
frontera.
Hay miles de personas y el ruido es
ensordecedor, una cacofonía de motores y gritos. En esas bolsas enormes
llevan ropa de segunda mano, telas, artículos para el hogar y de higiene
personal, todo destinado al mercado marroquí y mucho más allá.
Los paquetes están por todos lados, envueltos en
tela de saco y atados con cintas y cuerdas. Bajo ellos, ocultas por una
carga que las dobla en tamaño, las mujeres "cargadoras".
Esta actividad comercial tiene lugar a diario en
el barrio Chino, un cruce fronterizo sólo para peatones. Mientras una
mujer pueda físicamente acarrear la carga, se clasifica como equipaje
personal, así que Marruecos lo deja entrar sin impuestos.
Las mujeres tienen el derecho a visitar Melilla
porque viven en la provincia marroquí de Nador, pero no pueden residir
en el territorio español.
De Nador a Melilla
Latifa se forma en una de las ruidosas filas que
forman cientos de mujeres. Pone en el suelo su carga, 60 kilogramos de
ropa usada. Por transportarlos va a recibir US$4.
Lleva en este trabajo 24 años, pero no es algo que disfrute.
"Tengo una familia que alimentar", explica.
"Tengo cuatro hijos y no tengo marido para que me ayude, me divorcié de
él porque me pegaba".
En cuanto la fila se mueve hacia adelante, ella desaparece en el mar de las mercaderías.
Son muchas las cargadoras divorciadas, madres solteras que tienen que hacerse cargo de su familia como Latifa.
Para mujeres como ella, la vida es difícil en la
tradicional sociedad marroquí. Muchas veces, el de cargadoras es el
único trabajo que consiguen. Algunas hacen hasta tres o cuatro viajes al
día, desde el barrio Chino a Marruecos, con hasta 80 kilos a sus
espaldas.
Con la vida a cuestas
Lo que ganan depende de lo que puedan cargar. Además, muchas se quejan de que tienen que sobornar a los guardias marroquíes.
En Melilla hay un debate público acerca de si se debería seguir permitiendo que esta actividad comercial continúe tal como está.
"Estas son mujeres que arriesgan su vida, nos
han tocado muertes a consecuencia de la dureza física del trabajo. Se
hace en condiciones de semiesclavitud", dice Emilio Guerra, del partido
Unión Progreso y Democracia.
"Lo que nos gustaría es que trabajen bajo condiciones que no sean tan precarias", agrega.
Guerra considera que Melilla debe cambiar su
modelo económico y ser menos dependiente del comercio, en lo que no está
de acuerdo Jose María López, asesor en negocios del gobierno local.
"Hay consecuencias muy positivas en la actividad
comercial. Para algunas porteadoras es la única posibilidad de ganarse
la vida. Por supuesto que es un trabajo muy duro, pero algunas ganan más
de la media de los trabajadores marroquíes", afirma.
España en el norte de África
Ceuta y Melilla, fragmentos de Europa en el norte de África, hacen parte de España desde hace 500 años.
Madrid dijo que los enclaves urbanos son parte integral del país. Éstos limitan con Marruecos, quienes a través de sus líderes afirman que es una posesión de origen colonial y reclaman soberanía sobre ellos.
Los enclaves están protegidos con mallas, con el propósito de detener la inmigración ilegal. Pero Ceuta y Melilla se continúan utilizando como un escalón para llegar a España.
El turismo es un importante generador de recursos con las mercancías libres de impuestos que atraen a miles de visitantes.
Madrid dijo que los enclaves urbanos son parte integral del país. Éstos limitan con Marruecos, quienes a través de sus líderes afirman que es una posesión de origen colonial y reclaman soberanía sobre ellos.
Los enclaves están protegidos con mallas, con el propósito de detener la inmigración ilegal. Pero Ceuta y Melilla se continúan utilizando como un escalón para llegar a España.
El turismo es un importante generador de recursos con las mercancías libres de impuestos que atraen a miles de visitantes.
Y los beneficios que da el comercio a otros
miles de marroquíes y sus familias –los que venden la mercancía en sus
tiendas o las exportan a países más al sur– son enormes.
López estima que este comercio informal supone
más de US$400 millones para Melilla, a lo que se refiere como ingreso
"atípico". Otros lo llaman "contrabando" que creen que mueve hasta el
doble.
De vuelta al barrio Chino, el ambiente se torna
medio histérico, las puertas de la frontera cierran a mediodía, así que
empieza a crecer la presión para ir a Marruecos y volver para la próxima
consigna.
"Está un poco tranquilo hoy", comenta Arturo
Ortega, guardia civil (policía militarizada) encargado de mantener el
orden y evitar las avalanchas humanas.
"Si vinieras todos los días, empezarías a pensar que esto es normal, pero no lo es".
No muy lejos, Hasna se apoya en una barrera, sin
carga en sus espaldas. Frente a ella, un grupo de hombres jóvenes están
cargados hasta el tope.
"Están ocupando nuestro lugar", se queja.
Tradicionalmente quienes cargaban eran mujeres, ahora tienen la
competencia de jóvenes desempleados, y Hasna tiene problemas para
atravesar la multitud y tomar su paquete.
Tiene un hijo y un marido enfermo, está embarazada de seis meses, pero toma su carga sin miramientos. Nada la detiene.
"Si hago un viaje hoy, me van a pagar 5 ó 6
euros (US$6,8 o US$8,2)", dice. "Si pudiera encontrar otro trabajo,
limpiando casas o cocinando, no haría esto. Pero de momento, no tengo
otra opción".
"Lo odio, pero lo necesito"
También mirando a los hombres está María, que llama la atención porque tiene que apoyarse en una muleta.
No es usual en las cargadoras, pero María habla
algo de español y explica que se lesionó la pierna al caerse mientras
hacía fila. También tiene cáncer de mama.
Llevaba toda la mañana en el barrio Chino, pero
cuando vio el caos y del desorden se dio cuenta de que no se sentía en
condiciones de trabajar. Regresará a su casa sin haber hecho nada de
dinero.
Ella vive justo al otro lado de la frontera con
Melilla, en Beni Enzar. Su casa tiene dos habitaciones y las comparte
con sus tres hijas. No tiene agua corriente, pero el vecino le permite
recoger agua de su grifo.
María estuvo casada y trabajó como camarera,
pero hace cuatro años su vida comenzó a desmoronarse. Después de que le
diagnosticaran el cáncer, su marido la dejó. Ya estaba embarazada de su
hija menor.
"El médico dijo que iba a perder al bebé con el tratamiento, pero nació viva, así que la llamé Malak, que significa ángel".
Mientras habla, sus dos hijas mayores escuchan.
Ninguna va a la escuela, se quedan en casa cuidando de su hermana
mientras su madre va al barrio Chino. Se preocupan por ella.
"Esta no es la primera vez que se lesiona la
pierna. El doctor le dijo que ella no debe cargar nada pesado", dice
Ikram, una de las hijas de María. "Ella solo trabaja en eso para que
nosotras podamos comer".
A María la atormenta la idea de que sus hijas
también acaben como cargadoras. "Sería mejor para ellas que se casaran,
este trabajo es peligroso y no hay dignidad en él. Lo odio, pero lo
necesito".
Y luego Sanaa, de 13 años, pone una pequeña
patineta en la mesa. María sonríe. Eso la ayudará a llevar con más
facilidad la carga de mañana.
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