Uno de los temas que más ha llamado la atención de los
periodistas británicos que están cubriendo el terremoto que azotó el
norte de Chile este martes es por qué la gente no corre despavorida
mientras las cosas caen a su alrededor.

Cosa de tiempo
Lo primero que les digo es que estamos acostumbrados.
A lo largo de su historia, Chile ha sido golpeado por numerosos terremotos.
De hecho, el más grande del que se tiene
registro (de magnitud 9,6 en la escala de Richter) ocurrió en la sureña
ciudad de Valdivia en 1960.
Eso hace que desde niños nos hagamos a la
idea de que los temblores serán una constante en nuestras vidas. Es
inevitable. Antes o después, el suelo se moverá bajo nuestros pies.
Desde niños participamos regularmente en
simulacros organizados en los colegios y aprendemos que mantener la
calma y evacuar en orden es más seguro y eficaz.
También sabemos que un gran número de
edificaciones cumplen estrictas normas antisísmicas que hacen más
difícil que se derrumben.
No es que uno no se asuste -hay gente que
les tiene pánico y sí huye despavorida. O peor aún, se producen muertes
por infarto, como ocurrió el martes.
Pero la mayoría, aprendemos a ponerlos en perspectiva. Y a esperar.
Por ejemplo: si ocurre de noche y uno
está acostado, se toma un tiempo para sopesar si vale la pena salir de
la cama. De hecho, la mayoría de las veces no es necesario.
Los terremotos no siempre empiezan con
grandes remezones. La intensidad puede ir aumentando en forma paulatina,
desde un movimiento casi imperceptible a uno en que es imposible
mantenerse en pie.
Si no pasa de un temblor, yo incluso los disfruto. Tiene algo excitante sentir, y sobre todo oír, cómo la Tierra libera energía.
El sonido de la iglesia
Incluso cuando hay un terremoto la reacción puede no ser inmediata.
En el de 1985 en la zona central de
Chile, yo estaba en una parada de autobuses de Santiago con unas
compañeras de colegio. Cuando comenzó a temblar pensamos que alguien lo
estaba moviendo para molestarnos.
De a poco nos fuimos dando cuenta de que
torre de la iglesia que estaba al frente iba de un lado a otro y la
campana sonaba sin parar. La calle y los autos se movían dibujando olas
de alquitrán.
Eso es otra cosa que mucha gente no sabe:
los terremotos tienen distintas formas. A veces son ondulantes, a veces
el movimiento es predominantemente vertical, otras horizontal.
Cuando un sismo te sorprende en la calle,
lo más sensato es buscar el lugar donde haya menos postes, cables,
construcciones que puedan caer sobre ti.
Pero nosotros no nos movimos. No
corrimos, pero fue por pánico. Nos quedamos sentadas, un poco
paralizadas, un poco hipnotizadas. Cuando cesó, simplemente volvimos a
nuestras casas caminando.
Ese sismo dejó 175 muertos.
Un país golpeado
Para el terremoto de 2010, yo estaba en
Londres. Tuvo una intensidad de 8,8 y murieron más de 500 personas, la
mayoría en el tsunami que lo siguió. Fueron días tristes para el país.
Cuando fui a Chile un poco después me
impresionó cómo había golpeado la psiquis de la gente. No hablaban de
otra cosa. Todos contaban dónde estaban cuando sucedió y cómo lo habían
vivido.
Escuché historias tristes de conocidos
que habían perdido a algún ser querido, otras de mucho miedo, de amigas
que pensaron que era el apocalipsis, de niños que miraban a sus padres
sin entender qué estaba pasando, de familiares que perdieron sus casas.
Mi madre estaba segura de que su edificio iba a colapsar.
Pero también me contaron anécdotas
graciosísimas. Mi favorita es la de una pareja que se levantó apenas
empezó a temblar. Ella corrió hacia el cuarto de sus hijos. Él se
abalanzó hacia el televisor. Su lógica, me contó, es que si su mujer ya
se había ocupado de los niños, él bien podía intentar salvar alguna otra
cosa.
Ese sismo, el más mediático que haya
vivido el país, aumentó la conciencia sobre la importancia de seguir las
instrucciones de las autoridades, saber cuáles son las vías de
evacuación y cerciorarse de que uno tiene a mano una linterna que
funcione.
También acabó con varios mitos.
Si antes pensábamos que lo mejor para
protegerse dentro de una casa era pararse debajo del marco de la puerta,
ahora sabemos que es preferible arrodillarse al lado de la cama, en el
lado donde puedan caer menos objetos. Y eso hacemos.
No corremos no sólo porque estamos
acostumbrados, sino porque creemos que sabemos qué hacer o porque a
veces el movimiento es tan fuerte que apenas podemos caminar y correr es
literalmente imposible.
Pero también porque algo muy primitivo,
incluso atávico, se produce cuando la Tierra empieza a temblar y uno
sabe que no hay adónde huir, porque el suelo por el que correríamos
también se está moviendo.
BBC Mundo
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