domingo, 11 de mayo de 2008

LA POBRE DEMOCRACIA DOMINICANA

Por J. A. Peña Lebrón
A unos días apenas de las elecciones presidenciales del 16 de mayo venidero, nos causa pena y preocupación el triste panorama que estamos contemplando. De una parte el pueblo luchando a brazo partido por conseguir el pan de cada día, más caro que nunca, y para adquirir los combustibles, cuyos precios suben y suben sin parar; y ante esa situación los políticos abrumando con sus promesas irrealizables todos los medios de comunicación masiva, y promoviendo con florido y pomposo lenguaje paraísos artificiales, en los cuales todos viviéremos felices y tranquilos, como lo quería Duarte. Frente a este contraste, de nada sirve el continuar hablando de las desventuras de quienes carecen de un techo, bajo el cual cobijarse, o sufren enfermedades que no pueden ser curadas por no haber medicamentos en los hospitales, o cuyos hijos desnutridos corporalmente, también padecen la terrible desnutrición del espíritu, al no existir suficientes escuelas en las cuales educarse.
Esta pobreza del pueblo muestra con evidencia desgarradora la pobreza de nuestra democracia, que se limita al dudoso derecho de meter una hoja de papel doblada en una urna cada cuatro años, sin que ese triste ritual ayude en nada a mejorar la suerte de los dominicanos.
Al desaparecer la tiranía trujillista la noche del 30 de Mayo de 1961, muchos pensamos que a partir de esa fecha nuestro país tomaría nuevos rumbos que los conducirían al establecimiento de un régimen político de orden, paz y justicia, en el cual los seres humanos tuvieran de vivir en libertad, de educarse, de gozar de salud, de tener un techo decoroso, de tener acceso a la esperanza. Pero la realidad ha sido otra, porque las ambiciones sin límites y la insensibilidad social de quienes nos han gobernado no han permitido ver cumplidos nuestros sueños.
Y ahora, en unos apenas, se nos ofrecerá a los dominicanos una nueva oportunidad para dejarnos seducir por las mentiras, para ilusionarnos ingenuamente, para soñar. Pero como soñar no cuestas nada, yo confió en que de este certamen electoral que se acerca, arribe al Poder un Gobernante maravilloso, dotado de las siguientes cualidades ideales:
1ro. –Que no sea ladrón, es decir, que ni robe ni permita que otros roben los bienes del Estado, que son bienes del pueblo.
2do. –Que no sea asesino, y que en el ejercicio del Poder que el pueblo le otorgue, no prive de la vida, ni permita que autoridades del Gobierno priven de la vida a ningún ser humano.
3ro. –Que combata con voluntad políticamente y decidida el cáncer de la corrupción, origen de la miseria y la injusticia social que padece nuestro pueblo.
4to. –Que respete con hechos y no con palabras huecas, la Constitución y las leyes de la República, tal como la manda nuestra Carta Sustantiva.
5to. –Que respete y haga respetar la independencia del Poder Legislativo y del Poder Judicial, contribuyendo a mejorar la función de este último, mediante la autonomía del Ministerio Público.
6to.- Que con sus actuaciones responsables contribuya a erradicar la perversa impunidad, que protege descaradamente a los violadores de las leyes.
7mo.- Que al ejercer el Poder lo haga con ecuanimidad y cordura, creando una conciencia cívica que fortalezca el ordenamiento institucional de la Nación.
8vo. - Que respete y haga respetar en cualquier circunstancia los derechos humanos fundamentales, que son los pilares de la paz, de la justicia y de la libertad.
9no.-Que al imponer cargas y tributos al pueblo que los paga, lo haga con prudencia y sabiduría, sin excederse de los límites que la razón impone; y
10mo.-Que conserve y proteja la soberanía de la República, defendiendo con mano firme la integridad de su territorio, y prestando cuidadosa y diligente atención a los problemas actuales y a los que surgirán en los días por venir, con los vecinos de Occidente.
Hasta aquí el decálogo de nuestras ilusiones y nuestros sueños. Y aunque el despertar sea doloroso, el 17 de mayo venidero, seguimos pensando como nuestro Padre Fundador que ¨no hay que perder la fe en Dios, en la justicia de nuestra causa y en nuestros propios brazos.¨

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