sábado, 14 de marzo de 2009

27 DE FEBRERO

Por J. A. Peña Lebrón
Una vez más la magna fecha de nuestra Independencia nos encuentra sumidos en una clima de incertidumbre e inseguridad. El poco alentador panorama de nuestra economía, resentido por los efectos de la crisis mundial, es motivo de preocupación tanto por las penurias que ya sufren quienes han perdido sus empleos, como por las pocas esperanzas que hay de que la situación pueda cambiar en un corto plazo.
Es cierto que los dominicanos, a través de nuestra historia, nos hemos visto enfrentados a situaciones adversas similares, o aun peores, y las hemos superado en base al esfuerzo y la voluntad de sobrevivir, y para ello hemos contado con el impulso que nos ofrece el sentimiento de solidaridad nacional que nos legaron los creadores de nuestra Patria, libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, tal como lo proclama el juramento de los Trinitarios.
Ese fervor patriótico que enciende nuestro orgullo, por ser hijos de esta hermosa tierra nuestra, algunas veces de la impresión de apagarse, pues las frecuentes disensiones que por largos decenios han perturbado la vida de nuestro pueblo, han contribuido a debilitar ese plebiscito cotidiano de que hablaba Ernesto Renán, como elemento integrador de una nación, y el cual surge del hacho de ¨tener glorias comunes en el pasado y una voluntad común en el presente: haber hecho grandes cosas juntos y querer hacerlas todavía¨.
Ese deseo de hacer grandes cosas juntos es lo que echamos de menos en la vida actual de nuestra nación, en estos días tempestuosos en que también está ausente el principio espiritual al que también aludía el citado pensador francés, como vinculo imprescindible para integrar al pueblo. Y ello es así, debemos confesarlo con amargura, porque los impulsos magníficos del espíritu humano han quedado entre nosotros arropados por un lodazal de corrupción, narcotráfico, impunidad, hipocresía y avidez de riquezas y bienes materiales que mantienen en un penoso estado de escepticismo y desilusión a gran parte de la población que no comparte tales prácticas desvergonzadas.
Ese funesto estado de cosas tiene su origen en DOS GRANDES VICIOS a los que han sido adictos la gran mayoría de los gobiernos que hemos tenido desde el 27 de Febrero del 1844 hasta la fecha: el primero, el irrespeto a la ley, del que tantos males han nacido; y el segundo, la negación reiterada rendir cuentas claras y convincentes de sus actos. Todo lo antes expuesto nos conduce a pensar que mientras continuemos por esa ruta, las palabras almibaradas con que tradicionalmente se conmemora la Fiesta Mayor de la Patria, más que un homenaje constituyen una muestra de hipocresía que nos descalifica ante los ojos del mundo. Debemos, pues, en paz, sin mencionar sus nombres, en señal de duelo y de respeto, a aquellos que ofrendaron sus vidas y derramaron su sangre para darnos esta sufrida Patria.

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