viernes, 7 de octubre de 2011

¿CUANTO VALE LA CONSTITUCION DOMINICANA?


Por J. A. Peña Lebrón

En los días que corren se discute públicamente el tema de la posible postulación del Dr. Leonel Fernández Reina, actual presidente de la República, como candidato presidencial en los comicios del año 2012, a pesar de la prohibición expresa contenida en el artículo 124 de la Constitución proclamada el 26 de enero del cursante año. Ese debate nos permite comprobar una vez más la poca estima en que algunos dominicanos tienen un texto legal tan merecedor de reverencia como lo es nuestra Ley Fundamental, cuyas disposiciones organizan y regulan la existencia de nuestra Nación y del Estado que la representa, y de los derechos y deberes de quienes habitamos su territorio.

Ese desdén mostrado hacia nuestro Texto Jurídico Sustantivo tiene una larga historia, y como primera evidencia merece especial recordación la expresión del Dr. Joaquín Balaguer, calificado por algunos como el Padre de la Democracia Dominicana, quien definió nuestra Constitución como un simple pedazo de papel, aunque fue algo comedido y no indicó de qué tipo de papel se trataba.

En la misma dirección, y retrocediendo en el tiempo, resulta útil transcribir el juicio que mereció a Víctor M. Medina Benet, en su libro LOS RESPONSABLES, la propensión de quienes ejercen el Poder de irrespetar nuestra Ley de Leyes. Citamos.

“Es que los gobiernos y los gobernantes no se han avenido a la Constitución sino que, por el contrario, es la Constitución la que ha tenido que amoldarse a ellos. Cada gobernante ha hecho la suya, o para mejor decir, la ha reformado y acomodado a su antojo y conveniencia. Ha sido violada o reformada a capricho para satisfacer ambiciones puramente personales o partidistas”. (Termina la cita).

Pero el lugar en que cobra rasgos más penosos el tema que nos ocupa, es en la reflexión que hizo Miguel Ángel Monclús en su obra EL CAUDILLISMO EN LA REPUBLICA DOMINICAN. Citamos:

“La Constitución ha sido en el concepto criollo, por las nociones primarias que de ella tuvimos, una especie de tereque. Ese término sirve mejor que cachivache para designar una cosa que no sirve, que incomoda a veces, y cuya razón de ser no se explica. El término, parece que no es argentinismo, pues no lo ha adoptado la Academia, ni figura en ningún diccionario; con todo, sienta plaza en nuestro lenguaje vernáculo y es de uso expresivo y corriente”, y sigue dicho autor:

“Según observó el vulgo, el tereque ese, la Constitución, con todo y su inutilidad solía preocupar a los mandatarios. El vulgo oyó hablar muchas veces de la necesidad de romperla y de la necesidad de hacer una nueva. ¿Para qué? El vulgo lo sabía. Sin embargo, pareció que cada quien cuando gobernaba le era grato tener un tereque de esos a su acomodo y observó también, que aún los de hechura propia en muchos casos incomodaba. De una manera vaga recordaba que: Santana hizo y rompió seis; Báez hizo y rompió cinco, Cabral hizo y rompió dos; González hizo y rompió dos; Guillermo hizo y rompió dos; Luperón hizo y rompió dos”. (Termina la cita).

Los casos que acabamos de citar dejan caer gotas de amargura en la copa de nuestra ilusiones, desplegadas siempre hacia un futuro mejor para nuestro pueblo, y en la duda que turba nuestro ánimo sólo atinamos a preguntar a nuestro amable lector: Para ti, ¿cuánto vale la Constitución Dominicana?

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