miércoles, 15 de febrero de 2012

EL PIANO DE MOCA


Por ARTAGNAN PEREZ MENDEZ.
.El sacristán del Padre Romualdo Mínguez era Manuel Maria del Orbe, alias Chiquillo quien construyó un piano con sus  manos, el cual fue expuesto el 23 de Diciembre de 1887, por lo que en el  presente año 2012 se cumplirá 125 años de dicha exhibición.
No sabemos a cuales manos fue a dar dicho instrumento de cuerdas, que  debió conservarse con adecuado mantenimiento a medida que el tiempo  producía sus desgates.
En relación a este instrumento musical construido totalmente por el señor del Orbe, padre del más famoso violinista de todos los tiempos, nacido en Moca, Gabriel del Orbe, transcribo lo expresado, en relación a dicho piano, por Eugenio Maria de Hostos, quien tuvo la oportunidad de visitar a Manuel Maria del Orbe y contemplar el piano, que sus hábiles manos construyeron.
Lo expresado por don Eugenio María de Hostos es lo siguiente: "Bastaba ver al hombre para ver al piano. El hombre se me presentó como es: modesto hasta ser humilde; concentrado como quien piensa en algo que merece ocupar una atención; silencioso como quien se aísla en una idea.
Viendo a Del Orbe, es necesario querer ver la obra de Del Orbe. Y fuimos,
y la vimos. Es la obra de un modesto, de un humilde, de un atento a su  propio pensamiento, de un concentrado en su propósito".
"El piano, que es de la forma de los llamados verticales, idéntica en eso a su tenaz autor, nada tiene en apariencia que llame la atención. Se ve por fuera al constructor, y se encuentra un hombre, tan sencillo, que apenas parece que encierre nada en si; se estudia al hombre y se descubre una porción de fuerzas: la constancia en el esfuerzo, la perseverancia en el propósito, la resistencia contra las dificultades, el ingenio para vencerlas, la observación para indagar la razón y la explicación de los misterios de lo que se propone descubrir y realizar. El piano, visto por fuera, es una simple caja de madera de caoba, bien labrada y bien adecuada a su objeto, pero sin atractivos de ebanistería, sin más que lo indispensable para su propio objeto. Como el hombre que lo hizo, el piano, visto por dentro, se transforma: es la obra de las fuerzas que se manifiestan por medio de virtudes: ¡que de esfuerzos perseverantes! ¡que de dificultades vencidas por la atención, por la observación, por el ingenio, por la perseverancia, por el noble sentimiento de la gloria buena, por el alto patriotismo que llama a los humildes y modestos a consagrar en obras de bien su amor al suelo nativo!"
"Un piano lo hace en un día una fábrica de pianos: mil obreros merced a la división del trabajo; cien oficios, merced al concurso de su especialidad, concurren a producir en el momento de un día la obra de arte e industria. El artista de los sonidos viene después: arranca un mundo de melodías al instrumentó y la obra de la industria desaparece ante la creación del artista.
Pero el piano de Moca es por sí solo un mundo: de un hombre que no sabía absolutamente nada de lo que constituye el conjunto de oficios y arte mecánicas qué es un piano, hizo un obrero creador, un industrial transformador, un talento inventor".
"Del Orbe no sabía más sino que quería hacer un piano. El que había visto en la hospitalaria sala del buen padre Mínguez, le parecía una obra tan admirable, tan profunda extrañeza le produjo ver que de aquel armazón de madera salieran sonidos tan encantadores, que se puso a pensar que era digna empresa el ponerse a hacer tan admirable obra. Pero no tenía ninguno de los recursos industriales, ninguno tampoco de los recursos económicos que demanda una de esas obras maestra de industria combinada, y tal vez suspiró despidiéndose de su loco empeño".
"Más, ¿cómo despedirse del empeño? Cuando el padre no estaba en su casa y el piano, el tesoro, estaba solo, el soñador de imposibles entraba en puntillas, azorado, mirando para ver si era mirado, suspensa la respiración, y levantaba en la memoria lo que había visto, y dibujaba a duras penas lo descubierto, y se ponía a ver si era posible hacer lo que había visto".
"Como el ver de quien mira absorto en la secreta razón de lo que mira, es siempre un hondo ver, Del Orbe vio la razón: es decir, analizó".
"Y analizando descompuso en sus partes el misterioso todo, descubrió cada uno de los integrantes que lo constituían, recompuso por esfuerzo de razón el todo que había visto, tomó una mesa cualquiera, armó en ella un aparato, cogió alambres, hizo un armazón de pedacitos de madera y de cuerdas afónicas o insonoras, y vio que no era un piano, y lo destruyó. Y entonces lo devoraba la sed de lo imposible; había visto que era imposible hacer con sus recursos del momento lo que requería recursos de otra especie, pero vio que, con otros recursos, era posible lo imposible. Habían salido fallidos sus esfuerzos; pero no faltaron porque él no pudiera hacer lo que quería, sino porque había querido hacerlo fuera de los medios que conducen a su propósito. Los medios, pensó enérgicamente, no son los materiales: si hace falta lo que no tengo, yo lo tendré cuando haga falta: lo que ahora necesito es apoderarme por completo del secreto de ese mecanismo tentador".
"Y después de tres años de reflexión, de meditación, de esfuerzos mentales, de insomnios, de lucha con la propia idea, de abandonos a la desesperación, de esperanzas reconquistadas, desalientos súbitos seguidos de prontos desalientos, se encontró un día en plena posesión de sí mismo y de su empeño. Y dueño intelectual fue dueño material
de todos los medios que guiaban a su fin, y en diez meses, en sólo diez meses, de trabajo material continuo, construyó el piano".
"Sin duda que la obra mental fue la más admirable y por eso he tratado de hacerla comprender; pero la obra material fue estupenda. Había que hacer todas y cada una de las innumerables partes de que consta un piano, y no había una sola ni conocía uno solo de los recursos industriales que requería la obra. Tuvo que hacerlo todo y aprender prácticamente y por sí mismo a hacerlo todo. Tuvo que emplear útiles de trabajo que no tenia, y los inventó. Tuvo que hacer por sí solo y sin saberlo, cuanto hacen juntos sabiéndolo, los cien industriales y las cien industrias que contribuyen a la construcción de un piano; y a excepción de aquellas partes que eran absolutamente inútil que intentara hacer por sí mismo, y que tuvo la fortuna de que le proporcionara el tiempo, como las cuerdas sonoras, y creo que nada más, todo lo hizo. Todo: hasta las teclas, para lo cual utilizó huesos de reses; todo, hasta la caja del instrumento, para lo cual se hizo carpintero".
"Y todo salió bien. El piano, visto de cerca, es admirable; visto por quien conozca la fabricación de pianos, debe parecer prodigioso.
Visto por mí, el piano de Moca, como concluirá con llamarlo la tradición, cuando el tiempo le haya arrojado encima la capa de la leyenda, es un piano milagroso. Milagro del esfuerzo, milagro de la perseverancia, milagro de aquella fuerza fecunda que tiene la virtud cada vez que pone a un hombre en un camino y un camino en la dirección de un ideal".
"Así mirando íntimamente la obra, el obrero, la sociedad inconsciente de sus fuerzas en donde tales milagros del ingenio y la virtud se hacen, pasé en Moca las horas felices que se pasan cuando no se tiene por delante más que un bien ni se tiene en lontananzas más propósito que el bien".
"Mas de una vez he pedido un museo para el piano de Del Orbe, para el órgano de Páez, para las hojas de Gómez, para las pinturas de Bonilla, para las obras todas del ingenio inculto que, semejante a nuestra tierra dominicana produce, sin elementos de cultura, cuándo un momento de esfuerzo perseverante le pide. Pero si nunca llega para la pobre República el momento de conciencia en que se de cuenta de lo que puede, el piano que he contemplado con asombro en cuanto a obra de industria, y con referencia, en cuanto obra de virtud, tendrá un museo en toda conciencia que contemple lo que simboliza la obra del humilde, del fuerte, del bueno, del perseverante, del amigo del renombre de su patria." (Fin del texto extraído del periódico El Telégrafo de Sto. Dgo. 18 de Sept. de 1887. Cfr Emilio Rodríguez Demorizi: Hostos en Santo Domingo, tomo 1, año 1939).

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