miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Estrategia o señuelo de los candidatos?


Por Carlos Salcedo
Para Valdez y Huerta la aspiración de todo candidato es construir una marca triunfadora en la política electoral. Pero se trata de un proceso ordenado, cuidadosamente planificado, científicamente formulado y fielmente ejecutado, del que forman parte integral las contingencias  y coyunturas ocurrentes.
Las campañas electorales, pues, no pueden ser producto de la improvisación, de decisiones acientíficas y particulares, alejadas del contexto nacional, regional y local en el que se desarrollan, pues estas se ganan o se pierden a nivel estratégico y táctico.
De tanta importancia son las consideraciones anteriores que se puede afirmar, con mucho nivel de certeza, que solo el candidato que mejor diseñe una estrategia e implemente un correcto movimiento táctico puede tener mucho mayores probabilidades de obtener la victoria en las elecciones.
Así, pues, una estrategia política electoral es un instrumento científico necesario, sin el cual será prácticamente imposible llevar a la mente y conciencia de los votantes las ideas, metas y propósitos de quienes aspiren a ocupar cargos públicos de tanta trascendencia como por ejemplo el de la Presidencia y la Vicepresidencia de la República.
La estrategia es, igualmente, un medio indispensable para dar a conocer en toda su dimensión y amplitud la personalidad, los criterios, conducta, reciedumbre y coherencia ética, institucional y estatal de todo candidato, de manera preponderante  en el caso de las más altas magistraturas del gobierno de la nación.
La visión y valores de quienes aspiren a dirigir el país son mecanismos de obligada elaboración, asimilación y difusión para que el electorado pueda aquilatar debidamente sus conocimientos, experiencia, compromisos, carácter, liderazgo, hoja de vida, capacidad, profesionalidad, niveles éticos y el contenido de sus planes, proyectos y acciones, lo que se extiende al equipo que los acompañarían en las tareas propuestas de caras a la potencial gestión gubernamental.
Pero, si bien lo anterior es cierto, no menos lo es que la estrategia política no puede verse como una manera permitida o legítima, por ser parte de la campaña electoral, de "fabricar" una imagen maquillada, impoluta, perfecta, distorsionada, irreal, excepcional y dotada de todas las virtudes de los candidatos, solapando, total o parcialmente, los verdaderos propósitos que están detrás de sus aspiraciones, las prácticas antidemocráticas y negadoras de todo principio y valor ético puestos en práctica por ellos, cuando hayan sido parte de la administración pública, en algún momento o formado parte actualmente, directa o indirectamente, en cualquier nivel del tren gubernamental.
Ganar seguidores y votantes recurriendo a todo tipo de trampas, ardides, negociaciones de cuestionable moralidad y viabilidad institucional y perjudiciales para la colectividad, con fines de garantizar y obtener posiciones, beneficios o canonjías y ocultar la verdadera forma de ser de los candidatos, el contenido cierto de sus proyectos políticos y sus  auténticas intenciones, de llegar a ocupar las más altas magistraturas del Estado, es una burla y un engaño para todos lo que confían en la integridad y fidelidad a los principios, valores, planes, proyectos y acciones que necesita el país de sus líderes para implementar las políticas públicas que aseguren nuestro desarrollo integral y equitativo.
Toda estrategia política electoral, elaborada y puesta al servicio de la falsedad y la mentira, para ganar adeptos a toda costa, es un truco perverso y peligroso que medra la fe ciudadana en el liderazgo político y puede poner en juego nuestro infortunado y accidentado sistema democrático.
Una campaña electoral que no refleje los verdaderos planes de gobierno de los candidatos que son presentados al electorado nacional y que, peor aún, no sean hijos de las obligaciones genuinamente asumidas por los aspirantes, se constituye en una farsa, por demás fraudulenta y sancionable, que cultiva y aumenta la desilusión, la desesperanza y la falta de fe en la democracia, sistema de organización social y administración gubernamental que entonces no sería más que una excusa para alcanzar y detentar el poder sin parar mientes en los medios, recursos empleados y fines perseguidos.
Desde el cambio físico con el que se presentan los candidatos, pasando por las compras de conciencia con medios económicos y promesas de todo tipo y compromisos claramente corruptos, hasta los discursos hermoseados, grandilocuentes, ausentes de contenidos y pronunciados sin vinculación con compromiso alguno, anuncian el ejercicio tramposo del poder de quienes así actúen, lo que debe servir de evidencias para que el electorado busque mejores opciones en el universo electoral. Nos toca a todos avanzar, procurando elegir a quienes sean más auténticos, sinceros, coherentes, íntegros y capaces de superar nuestras miserias y retardos democráticos.

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