La publicidad gubernamental debe
ser regulada.
Carlos Salcedo
Como si se tratara de un festival de coros de
numerosas voces, disonantes y desafinadas con el concierto democrático, o un
carnaval, caracterizado por el desenfreno y el descontrol, propio de un
hedonismo burdo –comamos y bebamos que mañana moriremos o mejor, gastemos y
publicitemos que mañana estaremos fuera-, hemos venido contemplando, desde hace
años, en diferentes gobiernos, como una serie impresionante de instituciones
públicas, sobre todo del ámbito ejecutivo, repiten, hasta la saciedad, sin
piedad y sin ningún pudor, “sus” realizaciones.
Las tantas entidades públicas que lo hacen, con
recursos del presupuesto del gobierno, destacan en sus anuncios y promociones,
tanto la figura del incumbente del departamento gubernamental correspondiente
como del representante del Poder Ejecutivo y, con ello del partido que local o
nacionalmente dirige la cosa pública. Es tan exagerada la publicidad gráfica,
radial y televisiva, como de toda naturaleza, que esta crece más que la
verdolaga. Pero esto se exacerba exponencialmente en el período electoral que,
para empeorar más ese estado de cosas, en República Dominicana parece que nunca
acaba, pues siempre estamos en campaña.
La publicidad estatal es tanta que irrita, alarma y
asquea. Llega al grado de la saturación embriagante. Estamos borrachos por la
profusión inmisericorde de anuncios
gubernamentales para elevar egos y promover candidatos, directa o
indirectamente, empleando para ello, de manera desigual e ilegal, los impuestos
pagados por el pueblo dominicano. La promoción estatal es de tal magnitud que
se puede afirmar que difícilmente el sector privado pueda competir en
colocaciones de pautas comerciales con las colocadas por el gobierno, en las
más diversas formas.
La televisión, el cable, la radio, los periódicos y
todos los medios de comunicaciones y redes sociales están plagados de promoción
personal de funcionarios con recursos públicos, que tanto necesitan áreas tan
sensibles para bordear, por lo menos, niveles decentes y adecuados de
educación, salud, medio ambiente sano, seguridad ciudadana y viviendas.
Esto horroriza, por el magnífico despliegue y
sorprende por la quietud ciudadana frente al fenómeno. Y es que la población
debe saber que, cuando los ayuntamientos, organismos centralizados y
descentralizados del gobierno, las entidades autónomas y, en fin, las
dependencias gubernamentales y los poderes públicos, en general, precisan del
concurso, la disposición y la colaboración de la población para la ejecución de
políticas públicas en las diferentes áreas de la administración estatal, es
cuando deben funcionar y activarse los mecanismos de difusión, sensibilización,
promoción y publicidad, pero siempre de manera racional.
Los anuncios gubernamentales sobre programas de
vacunación, empadronamiento, campañas masivas de educación, de alfabetización,
de civilidad, entre otras, tienen por finalidad dar a conocer la implementación
de las decisiones del gobierno que necesitan del apoyo de la población para que
esta esté preparada y pueda contribuir con su realización exitosa. Pero dichos anuncios no
pueden ser utilizados para la promoción personal de quienes gobiernan, pues eso
constituye prevaricación, que es el nombre genérico que adopta la corrupción en
sus más diversas manifestaciones en el orden público.
Ese despilfarro irresponsable y corrupto de fondos del
erario, para cumplir un propósito y beneficio particular o grupal, en perjuicio
de la colectividad, debe ser evitado a toda costa por el pueblo, pues esa
enorme cantidad de recursos, los que se llevan las comisiones gubernamentales,
los contratos de grado a grado para favorecer a determinadas personas, la
exagerada nómina pública, los gastos en viajes, dietas y transporte para
propósitos diferentes o distorsionados de la agenda pública, debe servir para
los propósitos del pendiente desarrollo nacional con equidad, lo que solo puede
alcanzarse con administradores públicos íntegros, eficientes y mediante la regulación
rigurosa de la publicidad estatal.
Contrario a lo que ocurre, la publicidad estadual debe
promover patrones de conductas de relevancia social, políticas de prevención del
delito, seguridad pública, ahorro, preservación del medio ambiente, escolaridad,
salubridad, limpieza, educación, amor y respeto a la patria y sus símbolos y
héroes.
Para que responda a sus fines, la publicidad estatal
debe: 1º. ser transparente en su diseño, puesta en obra y desarrollo; 2º. realizarse
conforme a las funciones y atribuciones de la entidad; 3º. responder a las
metas y prioridades establecidas en los programas respectivos; 4º. describir y justificar las campañas
institucionales propuestas; 5º. justificar técnicamente la selección, sin
privilegios, de los medios de difusión, de acuerdo con el público y fines
perseguidos, el alcance, tiempo, equilibrio informativo e impacto de la campaña;
y, 6º. Contar con un presupuesto para impulsar las acciones comprendidas en las
campañas.
Dado que esto no se está cumpliendo, debemos unirnos
todos los que estamos conscientes del abuso por parte de la entidades públicas
en el uso de cantidades exageradas de dineros públicos para crear opiniones
favorables a favor del Presidente de turno, del gobierno y de los candidatos,
para iniciar acciones legales y cuantos
medios nos brinda el sistema normativo y democrático contra quienes desde sus
posiciones en los órganos públicos hacen de la promoción personal la principal
fuente de legitimación comprada de sus actuaciones.
Es necesario, además, promover una ley que regule la
publicidad estadual y la cultura de la eficiencia, eficacia, la transparencia y
la rendición de cuentas en el uso de los fondos del presupuesto general de la
nación, con las debidas consecuencias para los violadores de las leyes y de las
reglas que organizan el Estado dominicano.
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