
Los ascensores de cristal en el exterior del edificio Lloyd’s son algunos de los muchos atractivos de las calles londinenses.
Las historias de terror sobre
los elevadores son comunes y corrientes. Durante mucho tiempo han
evocado el temor de quedar atrapado en su interior o de caer en sus
oscuros y vertiginosos pozos de aire.
Como regalo para los cineastas, la
representación más macabra fue la realizada en "El Ascensor", una
película holandesa dirigida por Dick Maas en el año 1983, en la que un
ascensor equipado con un bio-computador encuentra distintas maneras de
matar a aquellos suficientemente tontos como para subirse a él.
Como antídoto, se puede ver "Con la
muerte en los talones" de Alfred Hitchcock. En una escena de esta
elegante película de misterio del año 1959, Roger Thornhill (Cary
Grant), un ejecutivo de publicidad confundido erróneamente con un espía,
sube a un elevador junto a su madre, otros huéspedes del hotel y un par
de asesinos.
"Eder Haughwout sabía que los clientes entrarían a su tienda solo para viajar en el ascensor."
La tensión se distiende cuando la madre dice,
muy amablemente: "Ustedes, señores, no están realmente tratando de matar
a mi hijo, ¿verdad?" Y así da el puntapié inicial a una risa cortés que
luego se convierte en una incontenible risotada de los ocupantes del
ascensor, incluyendo a los frustrados pistoleros, mientras Grant mira
seriamente hacia delante.
Los ascensores han engendrado esos temores y
emociones desde que Elisha Graves Otis demostró las cualidades de su
freno de seguridad para ascensores en la Exposición de la Industria de
Todas las Naciones, celebrada en Nueva York en 1853.
De pie sobre una plataforma elevada, este
inventor y showman ordenó que la cuerda que lo sostenía fuera cortada
con un hacha. Antes de que la expectante multitud alcanzara a respirar,
el ascensor se paró repentinamente. Luego de ser repetida en varias
ocasiones, esta demostración teatral convenció al mundo de que los
ascensores eran seguros.
Habían existido por lo menos desde hacía 2.000
años (Vitruvio, el arquitecto romano del primer siglo mostró un diseño
realizado por Arquímedes que data de alrededor 235 a.C.), pero Otis
demostró que eran seguros para su uso cotidiano.
Hacia arriba
En 1857, se instaló el primer ascensor a vapor
para pasajeros en el nuevo Edificio EV Haughwout en Broadway, en Nueva
York. La tienda de departamentos vendía porcelana, cristal, plata y
candelabros y lucía su fachada inspirada en la de la biblioteca de San
Marcos, en Venecia.
En cuanto al ascensor, era un lujo: el Edificio
Haughwout, felizmente restaurado al día de hoy, sólo tenía cinco pisos,
la altura máxima típica de los edificios comerciales y residenciales
antes del advenimiento del ascensor fiable del señor Otis.
Eder Haughwout sabía que los clientes entrarían a su tienda solo para viajar en el ascensor.
Desde entonces, el ascensor se elevó con el auge de los altos edificios que pronto hizo factibles.
Parte del espectáculo

Una ilustración de 1889 muestra el funcionamiento de los ascensores de la Torre Eiffel.
Durante los últimos 150 años, los ascensores han
proliferado bajo una sorprendente cantidad de formas. Aunque la mayoría
de los elevadores se convirtió en poco más que cajas funcionales que
suben y bajan por oscuros ejes, otros se convirtieron en espectáculos en
sí mismos.
Los ascensores que Otis construyó para la Torre
Eiffel son absolutamente maravillosos. Los elevadores que suben los dos
primeros niveles de la torre tienen dos pisos, contorneando las grandes
curvas de la estructura de hierro a medida que se eleva sobre el Campo
de Marte. Los ascensores ofrecen vistas sorprendentes no sólo de París,
sino de la fascinante forma en la que Eiffel construyó esta torre sin
precedentes.
Otis también fabricó los 73 ascensores que suben y bajan por el Empire State Building.
Para llegar a la cima de este magnífico
rascacielos de estilo Art Deco hay que realizar un cambio de ‘carros’.
Esto es en parte porque, como un zigurat alargado, la torre se va
achicando a medida que se aleja de la Quinta Avenida, pero también
porque había, y todavía hay, un límite de seguridad para los ascensores
que está determinado por la resistencia de los cables de acero que lo
suben y bajan.
Recién el año pasado, la empresa finlandesa de
elevadores Kone presentó sus nuevas cuerdas de fibra de carbono que, al
ser más ligeras y más fuertes que el acero, permitirán que las nuevas
generaciones de ascensores se eleven a más de un kilómetro de altura.
Así que con un solo cambio de elevador, usted,
muy pronto, podrá subir a la cima de los exclusivos edificios de más de
una milla de altura.
En la cima del mundo

Los ascensores del Burj Khalifa, en Dubai, el más alto del mundo, alcanzan los 60km por hora.
Desde la época de "Con la muerte en los talones"
los áticos se convirtieron en glamorosos departamentos que hechizaron a
una nueva y sofisticada audiencia masculina.
El ascensor era entonces tan fiable que podía
precipitar a los ricos a las cimas de imponentes edificios, donde antaño
estaban las dependencias de servicio.
No habría sido posible sin el freno de seguridad de Otis.
Hoy existen recorridos verticales emocionantes en todo el mundo.
Por ejemplo, los ascensores que se elevan hacia
la cima del Burj Khalifa de Dubai, el edificio más alto del mundo,
además de ofrecer un mágico show de luces alcanzan velocidades de hasta
60km/h.
También hay ascensores ventanales en los
vestíbulos de los patios interiores de algunos hoteles, especialmente en
Estados Unidos, y los ascensores de cristal que escalan el exterior del
Edificio Lloyd’s, diseñado por Richard Rogers Partnership en la década
de 1980, siguen siendo uno de los puntos más atractivos de las calles
londinenses.
Están los ascensores paternóster, en nombre de
los rosarios, que consisten en una cadena de cajas sin puertas que se
mueve constantemente, a las cuales hay que entrar y salir con cautela;
los ascensores tipo jaula que sondean las profundidades de las minas de
carbón; y los elevadores tipo montaña rusa o tranvía que se elevan
alrededor del asombroso Arco Gateway de 192 metros de altura en St.
Louis, Missouri.
También está el ascensor curioso, enchapado en
latón pulido, cristal veneciano y cuero verde, que sube 124 metros por
el interior del pico Kehlstein de los Alpes bávaros para llegar al Nido
de Águilas, un refugio de montaña construido como regalo de cumpleaños
para el 50 aniversario de Adolf Hitler y que actualmente es un
restaurante y bar con terraza.
En 1853, Elisha Otis puso en movimiento una
maquinaria que se niega a dar marcha atrás, una forma de transporte
vertical que cambió la arquitectura y la cultura para siempre.
Puede leer la nota original en inglés en BBC Culture.
No hay comentarios:
Publicar un comentario