Por J. A. Peña Lebrón
Hay un fragmento del Ideario de JUAN PABLO DUARTE, que
ha sido siempre objeto de mi fervorosa admiración, porque en - él brilla en
toda su plenitud el espíritu del Padre Fundador de nuestra Nación, tanto en su
rol de patriota como en el de hombre de Estado.
Se trata de aquel momento en que, para declinar su
proclamación como Presidente de la República, propuesta al inicio de julio de
18+%+ por sus amigos de Puerto Plata, les responde, - diciéndoles; "Sed
justos lo primero, si queréis ser felices, y sed unidos y así apagaréis la tea
de la discordia, la patria será libre y salva". Veamos en detalle qué
quiso expresar Duarte en esas breves 26 palabras.
En primer lugar, al pedir a sus amigos el ser justos,
no pre- tendió que ellos actuaran como jueces ante sus conciudadanos, sino que
se sometan al ius, a la ley, a la cual Duarte en otro lugar define como
"la regla a la cual deben acomodar sus actos, así los gobernados como los gobernantes".
En segundo lugar, al invitar a los dominicanos a ser
unidos, para apagar la tea de la discordia, no hace más que pedir su adhesión a
la concordia, virtud que desde los más lejanos - tiempos se aprecia como
fundamental para la sana convivencia de las sociedades políticas organizadas.
Esta manifestación de su pensamiento prueba la solidez
de la cultura política del Padre de la Patria, pues la noción de sujeción
¡irrestricta a la ley (lex, dura lex) era norma firme en el antiguo derecho
romano; y la concordia en materia política ya era apreciada como un acuerdo
sobre los procedimientos a seguir para elegir a los magistrados que debían
ejercer la función de mando. Estas ideas en forma más amplia y precisa son
expuestas por el orador y político Marco Tulio Cicerón en su tratado
"SOBRE LA REPUBLICA", conforme - al enfoque medular que sobre esta
obra hiciera el filósofo español José Ortega y Gasset, en su libro "Del
Imperio Romano",
Respeto a la ley y concordia, son pues las bases del
reclamo que desde un lejano día del mes de julio de 1844 nos hace el Padre
Fundador de nuestra Nación; y son ellas precisamente las que podrán salvarnos
de todas las debilidades y frustraciones que en los últimos tiempos han llenado
el quehacer cotidiano de nuestra nación.
Si bien es cierto que ante estas penosas realidades se
han elevado voces admonitorias invitando a enderezar nuestros - caminos, no
menos cierto es el hecho de que son débiles las manifestaciones de que tales
requerimientos son bien acogidos.
Á pesar de ello, y fieles a nuestro empeño de siempre
de aferrarnos a la esperanza, invitamos a los dominicanos todos a emular el
ejemplo de abnegación y desprendimiento de nuestro Padre Fundador, y que su
vida nos inspire y guíe hacia un destino mejor para nuestra Patria.
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