Por Venecia Joaquín
Entiendo que las iglesias necesitan ministros no solo para predicar los evangelios y principios cristianos sino para que basados
en ellos, eviten injusticias en países que como el nuestro, tienen
instituciones débiles, con una población analfabeta sumergida en la miseria
y nubes dictatoriales. De ahí que cuando
hay crisis política o social, por su
alta investidura y símbolos que
representan, al elevar su voz, inspiran respeto y credibilidad. Surge la
esperanza en los diálogos, pactos, acuerdos en que participan.
Las naciones con estructuras frágiles, necesitan de
líderes que despierten confianza. Cuando no los hay, se crean. Muchas
veces surgen del sector empresarial, religioso, de medios de comunicación, etc.
Tenemos pocos. Dirigentes de iglesias,
lo saben. De ahí que muchos, viven más atentos al quehacer político que a su misión
espiritual, al extremo de parecer políticos trajeados de religiosos. Esto
resulta inexplicable. Saben que la sociedad esta enferma del alma, podrida. La degeneración
moral y familiar, corrupción, embarazos de adolescentes, crímenes, robos
descarados, son algunas señales. Dicen que necesita psiquiatras, pero no, lo
que necesita son ministros de Dios, pastores, sacerdotes, que con firmeza y
coraje se dediquen a fortalecer el espíritu y sacar los mercaderes del templo.
Parecería que los ministros están más atentos al
cuerpo, que al alma de la nación. Comprendo
que ayuden los gobiernos a resolver
crisis y hasta que tengan simpatías políticas, lo que no acepto ni entiendo
es porque no le señalan sus deficiencias morales y exigen que las corrija. Deben aprovechar la estructura gubernamental
para inyectar valores cristianos en la
mente de los dirigentes y que los pongan en práctica. Así aprende toda la
población.
No es cuestión de impresionar trajeado de ministro, con
la Biblia en
las manos ni ser árbitro, mediador, testigo, moderador o experto en manejar diálogos,
es cuestión de que en todo momento se exija a los dirigentes del país, que actúen
por buena lid. Que proporcionen igualdad de oportunidades y justa distribución
de la riqueza.
Las representantes de las iglesias no son para ayudar
los poderosos a crear una falsa estabilidad. Ni para ser complacientes y adulones
a causa del diezmo. Son para atacar las raíces de los males. Deben exigir que
imiten a Jesucristo, que piensen en los pobres. Esta misión solo se le
dificulta cuando esta en riña con el YO interior. Entonces, procede detenerse y
revisarse. ¿Se ha perdido la fe o el camino?
Los soldados del ejército de Dios, deben ser valientes
y honestos en sus creencias. Que nadie
le tumbe el pulso. Solo así aprovecharan las ocasiones, sin discriminación,
para señalarles a los sectores
dominantes lo que los aparta del bien común. Jamás deben usar los símbolos de
su iglesia para arropar intereses
personales o partidistas que atenten contra la humanidad y hundan en el fango
la sociedad. Reflexionemos.
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