Por J. A. Peña Lebrón
El 26 de enero se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de DUARTE. Y
al igual que en años anteriores, en éste 2020 las páginas de los periódicos y las pantallas de la televisión se
han llenado de alabanzas a la figura del Padre Fundador de la República
Dominicana. De un lado, las altas instancias del Poder han reclamado de
nuestros jóvenes imitar los valores emanados por él durante su existencia, en
tanto que instituciones diversas y voces individuales han tributado los más
encendidos elogios a la memoria del Patricio.
Ante la grandeza sin límite de éste hombre
ejemplar, a quien el doctor Joaquín Balaguer, en una apasionada biografía denominada “El Cristo de
la Libertad”, es forzoso reconocer que el pueblo dominicano, aunque mantiene un
fervor verbal hacia Duarte, no corresponde con su comportamiento a la abnegación
patriótica y espíritu de sacrificio mostrados a todo lo largo de su existencia
por el Apóstol a cuya inspiración y empeños debemos nuestra existencia como
nación libre e independiente de toda dominación extranjera. Esta amarga
percepción aplica no solo a situaciones extremas como las vivida bajo las
dictaduras de Santana, Báez, Lilís y Trujillo, sino que se evidencia en etapas
de relativa vida democrática, y de ello se hizo eco una voz ecuánime como la de
don Rufino Martínez, de cuyo enfoque a la persona del Patricio, en su
Diccionario Biográfico-Histórico copiamos la siguiente reflexión (citamos):
“La ideología política
representada por Duarte no ha triunfado como fórmula de gobierno; la realidad social no lo ha permitido; así que no
debe atribuirse a procedimientos arbitrarios o perversidad de quienes han sido
amos del poder. Ellos han dado, como mejor adaptados al medio, con clase de
predominio circunstancial, pero un predominio circunstancial, no asentado en
base firme de educación cívica. La fórmula de Duarte, enarbolada como bandera
de civismo… la supervivencia de ella ha hecho crecer y ponderar cada día el
culto a los Padres de la Patria. Solo que, en lo atañero a Duarte, existen dos
modalidades de culto. La una, en literatura, la otra en la vida. La primera sirve
para la mentira de un sentimiento inexistente con el brillo de una palabrería
decorativa y comercial. Predomina de tal manera que ha creado una moral,
también de pura convención. Los de espíritu cortesano, con una pluma en la mano
para medrar, mientras permanecen de rodillas ante los poderosos que aherrojan
al pueblo, le cantan a Duarte, como la más alta expresión de civismo.
Algún
día llegará, pensamos nosotros, en que los dominicanos podamos vivir en forma
tan digna que pueda corresponder a los elevados valores que encarnó nuestro
Padre Fundador, Juan Pablo Duarte.
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